viernes, 4 de julio de 2014
Café frío
Estamos otra vez sentados para el desayuno como cada mañana, o eso que llamas desayuno que no es sino taza de café frío porque hace mucho que no toleras nada más fuerte antes de mediodía.
Afuera llueve, pero tú de nuevo llegaste desnudo a la mesa con el argumento de que tienes calor, ¿es que ya no sientes pena de que te miren así? Hace mucho pasaron tus mejores años y parece que cada vez te importa menos la mala pinta que tienes ¿por qué habría de importarte? si ya nadie nos visita y jamás tuviste recato alguno conmigo.
Después de tantos años te miro ahora y te odio, te odio porque nunca me dejaste ser libre, siempre me obligabas a dormir aún si no quería, te disgustabas si comía en exceso o si la comida no era de tu agrado, me hacías sentir mal cada vez que cometía un error, fue por tu culpa y por tu extraña manía de molestarme al verla que jamás pude salir con aquella persona que tanto me gustaba cuando era apenas un adolescente. Tantas veces no me dejaste salir con mis amigos porque te sentías enfermo, en incluso te atreviste a obligarme a faltar a la graduación de mi hija porque querías que te cuidara ¿es que no entendías lo importantes que eran esas cosas para mí?
Y de nuevo estas en silencio, con la mirada perdida, como desde tanto tiempo, desde que nos quedamos solos. Nunca me hablaste directamente, eras todo gestos, señas y malos modos para decir las cosas ¿tanto te hubiera costado una palabra para saber lo que querías o lo que te pasaba? Pero, aún así, siempre supiste darme tu mensaje, más tarde o más temprano, al final siempre sabía lo que me querías decir. Incluso ahora, con tu taza de café en la mano como cada mañana, entiendo lo que desde hace tiempo me quisiste decir “estoy cansado, debes irte”. No me sorprende, yo también sabía que llegaría el momento en que te cansaras de mí en que yo fuera para ti solo una carga muy pesada para llevar a cuestas. Quédate ahí y púdrete en tu soledad entonces.
Me invade a partes iguales la furia y la impotencia que me causa verte así, porque soy incapaz de reclamarte sabiendo que por cada cosa que me quitabas había diez aún mejores que me regalabas cada día, me dejaste andar por el mundo, aguantaste paciente mente mis desveladas y noches de fiesta, siempre al pendiente de reclamarme al día siguiente para que no lo hiciera de nuevo y aun así me permitías hacerlo de nuevo hasta que yo mismo lo dejé. Me ayudaste a ganar mis peleas y a conquistar mis amoríos.
Y después de una vida juntos, después acompañarnos en las más profundas tristezas y las más brillantes alegrías, en el amor y ahora en la soledad, así tenía que acabar, en el desayuno con una taza de café.
No tengo un gran discurso que darte, ni siquiera lágrimas sinceras para regalarte, todas te has quedado y sé que tampoco has de regalarme alguna cuando me vaya ¿tanto así me odias? ¿Sientes algo al menos ahora que me voy? Yo sé que no.
Adiós, fuiste mi mejor amigo, mi peor enemigo y ahora eres solo un recuerdo de mi para otros.
Saldré entonces para dirigirme a mi nuevo amanecer, quizás a una nueva vida o quizás a un vacío eterno del que no he de regresar, nadie lo sabe, pero me entristece pensar que tú jamás podrás acompañarme a conocer la respuesta y tu destino es pudrirte, ahí, con tu taza de café frío.
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